Los nombres de la guerra

¿Por qué no la guerra?

Podríamos comenzar haciendo dos observaciones conocidas acerca de la guerra, una con von Clausewitz según la cual la guerra es la continuación de la política por otros medios, y la otra desde el sentido común según el cual la guerra es el peor de los horrores contra la civilización. Seguramente ambas observaciones dirían algo de verdad, ahora bien y para situar algún punto de referencia hacemos algunas preguntas: ¿de qué guerras vamos a hablar?, ¿de cuáles vamos a horrorizarnos?, ¿de cuáles no vamos a escandalizarnos, condenando así a pueblos enteros a la invisibilización de la indiferencia? Guerras se dan prácticamente de modo ininterrumpido en toda la superficie del globo, de norte a sur y de este a oeste; por ejemplo, en países remotos del África como Somalia, Eritrea o Etiopía, otro tanto en Asia y ni que hablar de cómo se viene desangrando el medio oriente con la participación de varias superpotencias en diversas guerras. Guerras que provocan el drama de los refugiados, quienes sufren las peores condiciones de existencia. Pareciera que la única guerra que nos escandaliza es la que sufren los blancos occidentales, claro que probablemente es la que más nos toca por el espejo constituido en algunos casos de la procedencia de nuestros antepasados. Pero bueno, no somos los únicos en este planeta. Para el caso, es interesante observar la exposición fotográfica que el reconocido fotógrafo brasilero Ricardo Stuckert realiza con el nombre de Pueblos originarios: Guerreros del tiempo. La misma se puede visitar temporariamente en el museo del Congreso de la Nación o en la web del autor. Se trata de un minucioso registro documental en la comunidad amazónica de Yanomami, donde repone imágenes tomadas en 1997 junto a otras que registró 20 años después. En la obra puede verse la sinergia entre el paso del tiempo y la conexión establecida entre el fotógrafo y la comunidad, lo que aporta una singular visión acerca del alcance del concepto de diversidad. En el reportaje con el autor de Página 12 del 23 de abril de 2022, el autor dice “En la floresta el tiempo es de ellos, de los indígenas que viven allí, nosotros como humanos no podemos controlar la naturaleza. Con los indígenas en Brasil ocurre algo que indica muy bien el proceso al que fueron sometidos: en el 1500, cuando comienza la invasión-conquista y la colonización portuguesa, había 3 millones de indígenas. Hoy quedan 720.000. Y la gran mayoría de sus tierras se perdió a manos del gran complejo agropecuario-industrial. Hay 304 etnias en el Brasil, ellos son los guardianes de la floresta. Son los guardianes del tiempo, ‘guerreros de la selva’. A propósito, en un reciente viaje en el que estuve por el Noroeste Argentino, conversando con originarios Quechua-Aymaras me decían ‘primero nos colonizó el inca, después el español, al final el argentino y lo peor es que ni el lenguaje ni el nombre nos dejaron. Hoy estamos orgullosos de rescatar esos nombres y los vamos a defender’”.

Cómo es posible la guerra, si tanta destrucción y devastación produce; pero también cómo es que no hemos reventado aún, dada la extrema desigualdad (efecto de la inequidad) en las condiciones de vida de los sujetos en el planeta, según donde les haya tocado en suerte nacer. La pandemia agudizó el problema generándose condiciones de riqueza cada vez más concentrada en pocas manos y niveles de pobreza crecientes y extendiéndose a lo largo y a lo ancho de la tierra. Devastación del planeta y sometimiento del semejante, del partenaire y del prójimo (atendiendo la diferenciación que al respecto hace Isidoro Vegh). Desbocada dinámica del capitalismo salvaje.

 

Freud y el porqué de la guerra

En su conocido intercambio epistolar con Einstein y en los albores de la Segunda Guerra Mundial, Freud articula agudas reflexiones. Ubica lo que en el progreso de la civilización fue un pasaje del recurso del poder (la fuerza, precisa) al recurso del derecho. Inscribiéndose en la larga tradición filosófica de la voluntad de poder que va de un Schopenhauer, pasando por Nietzsche y más adelante un Foucault; quienes de diferentes modos acentúan lo demasiado humano en esta vía del poder. Freud también es de los que piensan que tal pasaje del recurso del poder (subráyese lo del recurso) al derecho todavía está por verse, ya que la fuerza es continuamente a lo que se apela. Sin embargo, existe para el maestro vienés otra fuerza quizá más poderosa que es la que resulta de la construcción de comunidad y de verdaderos y reales lazos afectivos. La superación de la violencia implica la cesión del poderío a una unidad más amplia, mantenida por los vínculos afectivos entre los miembros de esa unidad comunitaria. La cuestión fundamental reside en qué medida cada uno de estos es capaz de renunciar a la libertad personal de ejercer violentamente su fuerza para que sea posible una segura vida en común. Es de destacar en este planteo que el quid de la cuestión reside en esa cesión y renuncia. A su vez queda problematizado el vínculo entre libertad y seguridad, ya que finalmente la libertad en el parlêtre es la libertad de violentar. Freud destaca, en su particular visión del amo y el esclavo (también de larga tradición filosófica), que algunos amos tratarán de eludir las restricciones, abandonarán la vía del derecho para volver al dominio de la violencia que implicará el sojuzgamiento y el aplastamiento subjetivo e incluso real del otro. Los oprimidos, dice, tenderán a procurarse mayor poderío y querrán que se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos.

En resumidas cuentas, para Freud y a partir de estos dos ejes de la voluntad de poder y de dialéctica del amo y el esclavo, es por un freno, detenimiento y cesión que podemos trabajar contra la guerra y las violencias. Sumado a aquello, con lo Freud concluye, diciendo que todo lo que establezca vínculos afectivos entre hombres y mujeres debe actuar contra la guerra.

 

La Voracidad y el Real agresivo

Ahora bien, este actuar contra ¿contra qué debe operar específicamente? Es Lacan en su conferencia «La tercera», cincuenta años después, que se expresa de un modo similar. Ya había acontecido lo peor de una segunda guerra mundial, la cual culmina poniéndole fin al holocausto nazi. A la altura de la tercera es prácticamente otro mundo, sin embargo, Lacan también es enfático cuando precisa un avance irrefrenable del goce, forclusivo del sujeto y de los lazos. El gosoy (a partir de Descartes) produce una verwerfung y el capitalismo forcluye las cosas del amor. Dice que, frente al real desbocado, el analista-síntoma (viene de lo real) impide, palo en la rueda y tiene la misión de hacerle la contra al mismo. Este real desbocado expresa una voracidad, consumismo-consumición (dice Lacan del discurso del capitalismo en Milán), expresa un hacerse comer por parte de un sujeto acéfalo entregado al taponamiento del goce del Otro con el empuje de la ciencia y sus objetos-gadgets. Lo real puede advenir muy agresivo, dice Lacan por estos tiempos y el psicoanálisis para sobrevivir tiene que estar advertido de su lugar síntoma para efectuar la subversión del sujeto, la que depende del objeto a desprendido, desecho y causa del deseo. Plantea un estrechar el goce parasitario del síntoma, cernirlo por medio del desciframiento y algo más, intervención en lo real del equívoco y también el ready made de Duchamp, verdadero saber-hacer del artista con el objeto industrializado de la ciencia. El arte de Duchamp y luego Joyce con su escritura son quienes han sabido hacer el giro en torno a la invención en el saber-hacer con el síntoma.

El advenimiento del psicoanálisis y el del síntoma son correlativos al paso capital de cierto avance (desbocado) del discurso frente a lo cual es preciso un frenado. Frente a la intrusión de lo real, dice Lacan, el analista persiste, persiste como un síntoma. El mismo es una manifestación de lo real a nuestro nivel de seres vivientes, menciona. Freud también persistió, no retrocedió y no cejó en una esperanza sin optimismo.

 

La chance de que algo cese y el mantenerse juntos

Es a partir de la relectura de la obra de Marx que Lacan rectifica la noción de perversión en el psicoanálisis, no ya según el modo de gozar de cada quien, sino a partir de la reducción (sometimiento y aplastamiento) del partenaire en la consagración del perverso a colmar el goce del Otro. Las dos influencias más patentes en esta inspiración vía Marx de Lacan son su maestro Kojève y Althusser, quien fuera asistente al seminario. Ambos en distintos momentos produjeron una relectura de Marx crucial para la intelectualidad europea de mediados del siglo 20, Lacan incluido. Es así como forja su noción de plus de gozar, homóloga a la de plus valía de Marx, lo que le permite a Lacan profundizar su noción del goce, tanto en lo relativo al cuerpo (como lugar del Otro vacío de goce) como en la relación con el partenaire. El perverso es quien busca un lleno de goce, no admite la falta que divide al sujeto y al campo del Otro, simultáneamente. Busca hacer del otro un mero objeto de la función plus de gozar para alcanzar la completud del Otro, busca hacer del cuerpo un lleno de goce. Lacan vislumbra en las antípodas el terreno de la sublimación, ya que esta misma recrea la falta y alcanza la dignidad, elevando el objeto, no reduciéndolo. Posteriormente, este camino se enriquece por la vía de la invención. Precisamente, Lacan recuerda que su único invento es el objeto a y en el discurso analítico tengo (como analista) que hacerlo advenir. La escritura es borde de lo real y la invención es del orden de la letra. Es por esta vía que podemos tener la chance, enfatiza, de que algo cese, en esa ambición del llenado del goce. La chance de que algo cese entra en buen empalme con lo que Freud decía de la necesidad de una cesión para actuar contra la violencia. La chance de que algo cese precisa de una respuesta allí y Lacan se pregunta frente a la irrupción del goce en lo real, ¿qué puede responder en lo real? La chance, en este marco se especifica por el lado de lo real del inconsciente, más precisamente por el inconsciente como saber en lo real. “Lo real es como el discurso del amo: es preciso que marche, (allí) es preciso cortar. Si he dado un paso en lo real, para no quedar pegado es preciso que le recorte todo lo viscoso que lo rodea”. Lo viscoso es lo parasitario del goce y la clave estará en la prohibición del goce con lo que implica de redistribución del mismo.

En este punto retomo el decir, las formulaciones y el espíritu de Lacan hacia el final de su enseñanza, cuando se emplea al máximo en la manipulación del nudo Borromeo, pero ¿para qué? Su causa y su interés está centrado en que los registros del parlêtre (real, simbólico e imaginario) se sostengan, se anuden y se mantengan juntos. Inventando un truco y un modo de anudarse que preserva la independencia de sus términos (al no interpenetrarse) al mismo tiempo que los hace inseparables.

 

Concluyo con un acontecimiento de nuestra urbe cotidiana, comentado por dos amigos, uno de los cuales es originario de África. Se encontraban en un brutal embotellamiento donde hacía largos minutos que no se movía ningún auto. La trabazón era tal que ni para adelante, ni para atrás, ni a derecha ni a izquierda. La agresividad estaba a la orden del día con bocinazos ininterrumpidos, sumado al individualismo con el que cada uno se sumergía en sus celulares. Uno de los amigos toma la iniciativa de bajarse, no al estilo de “tiempos violentos, un día de furia o relatos salvajes”, sino para comenzar a proporcionar gestos y señas gracias a los cuales uno espere un poco, el otro gire un tanto a la izquierda, y así… Y así, de a poco, la congestión cedió. Cuando llegó el momento los amigos volvieron al auto y salieron también del atasco, habiéndose ganado el respeto y el aplauso del resto. Ojalá que en eso andemos.

Sobre la guerra

Tal vez desde mi adolescencia supongo que al igual que otros— comienzo cada día de mi vida con la misma rutina: mi desayuno de café con lectura de diario, cable a tierra con lo actual de todos los días. Desde hace dos meses: el lacerante grito de la guerra en Ucrania. Una vez más, el recuerdo de mi abuelo materno, nacido en Ucrania. El ramalazo de su cicatriz obtenida en un pogrom, estudiante en Odessa, defendiendo a otros y a sí mismo contra la opresión zarista. Tuvo que refugiarse en la Argentina. ¿Otro mundo? No tantos años después, 30.000 desaparecidos. Hay una lucha de fondo que no tiene fronteras nacionales. Voto contra la guerra en Ucrania. Voto por la eliminación en lo real de la causa que genera las guerras, siendo necesario para eso una transformación radical del contrato económico que regula buena parte de los lazos sociales. Y no es esta tarea del psicoanálisis, aunque tal vez el psicoanálisis pueda arrojar alguna luz al respecto.

¿Qué dice el psicoanálisis sobre la guerra? En 1932 diez años antes de la producción de la primera reacción en cadena que llevaría a la creación de la bomba atómica el genial Albert Einstein, físico ya mundialmente reconocido, le escribe una carta a Freud formulándole una pregunta muy cercana a la nuestra: ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?   A quienes conocen poco y nada de psicoanálisis — y también a quienes ya se creen saberlo todo al respecto— recomiendo la lectura de la carta que Freud da como respuesta a la pregunta de Einstein, mostrando magistralmente —en términos que cualquiera puede entender — tanto su saber como los límites de su saber.

Es un texto en el que no pretende alcanzar una respuesta, pero en el que deja muy clara una posición: no a la guerra. 

Recurre a lo que él mismo denomina nuestra doctrina mitológica de las pulsiones, Eros vs. Tanatos, la pulsión de amor, que tiende a la unión y a la vida, versus la pulsión de muerte, que tiende a la destrucción y a la separación. Quizá mantenga un nexo primordial con la polaridad entre atracción y repulsión, que desempeña un papel en la disciplina de usted, le dice Freud, el psicoanalista, a Einstein, el físico.

Freud deja muy en claro que por lo general ambas pulsiones se ponen en juego entrelazadas, fusionadas en las más diversas maneras y proporciones, pero que se necesitan una a la otra para llevar adelante sus fines. Por ejemplo, el ser viviente protege en cierta manera su propia vida destruyendo la vida ajena, así como también, por lo menos en el ser humano, ocurre la inversa: entrega su propia vida para salvar la de una persona amada. 

Pido disculpas si en la brevedad de estos dos últimos párrafos no consigo transmitir el poder de verdad de una teoría que Freud había desplegado por primera vez en 1920, en el texto de “Más allá del principio del placer”, escrito doce años antes que la carta dirigida a Einstein. La construcción de este mito le permite dar cuenta, de manera coherente, de cantidad de incoherencias en la conducta humana, resultado que no siempre lo que desea nuestro inconsciente se lleva bien con lo que se quiere desde la conciencia o con los mandatos de nuestro superyó. En cada uno de nosotros, humanos, impera un goce singular que dirige nuestro accionar mucho más allá del principio del placer, muchas veces incluso en su contra.

En “El por qué de la guerra”, Freud traslada este mito, construido en la singularidad del tratamiento analítico, a la historia de la humanidad, analizando algunas de las relaciones entre los hombres. De manera magistralmente dialéctica va comentando que hubo guerras de conquista (Tanatos) que posibilitaron que el hombre se fuera agrupando en unidades cada vez más grandes —aldeas, ciudades, naciones— así como la extensión de la civilización (Eros); pero a su vez estas unidades se fueron disgregando.

Textualmente: Aunque parezca paradójico, es preciso reconocer que la guerra bien podría ser un recurso apropiado para establecer la anhelada paz “eterna”, ya que es capaz de crear unidades tan grandes que una fuerte potencia alojada en su seno haría imposibles nuevas guerras. Pero en realidad la guerra no sirve para este fin, pues los éxitos de la conquista no suelen ser duraderos; las nuevas unidades generalmente vuelven a desmembrarse a causa de la escasa coherencia entre las partes unidas por la fuerza. Además, hasta ahora la conquista solo pudo crear uniones incompletas, aunque amplias, cuyos conflictos interiores favorecieron aún más las decisiones violentas

Si en los primeros tiempos de la humanidad, simplemente se mataba al enemigo, en un momento dado, al propósito homicida se opone la consideración de que, respetando la vida del enemigo, pero manteniéndolo atemorizado, podría empleárselo para realizar servicios útiles. Así, la fuerza, en lugar de matarlo, se limita a subyugarlo. Vencedores y vencidos se convierten en amos y esclavos. El derecho de la comunidad se torna expresión de la desigual distribución del poder entre sus miembros; las leyes serán hechas por y para los dominantes y concederán escasos derechos a los subyugados.

Los oprimidos tenderán constantemente a procurarse mayor poderío y querrán que […] se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos. […] la clase dominante se negará a reconocer esta transformación y se llega a la rebelión, a la guerra civil, es decir, a la supresión transitoria del derecho y a renovadas tentativas violentas que, una vez transcurridas, pueden ceder el lugar a un nuevo orden legal.  (Sigmund Freud: “El por qué de la guerra”)

Hasta aquí, Freud. 

Ya no Freud, sino Engels, dirá que el origen del Estado es la necesidad de la clase dominante de mantener en el molde a los oprimidos —llámense estos esclavos, siervos u obreros—. Con su mito de las dos pulsiones, Freud construye un valioso algoritmo metafórico que le sirve para explicar y operar sobre la psiquis humana; sin embargo, a ese algoritmo le falta un elemento clave para dar cuenta de las relaciones humanas en su estructura social. En los términos metafóricos de la poesía de Quevedo podríamos denominarlo poderoso caballero

Poderoso caballero es Don Dinero.

Tan poderoso es este caballero que mueve al mundo de los hombres en función de sus intereses. Tantas cuestiones serán largas y/o difíciles de explicar, pero lo que es posible medir de manera indudable es que el dinero atrae el dinero. El capital está cada vez más concentrado en menos manos… y continua, implacable, ajustando su lazo alrededor del cuello de la humanidad.

Dice Freud: Parece que la tentativa de sustituir el poderío real por el poderío de las ideas está condenada por el momento al fracaso. Tal vez sería necesario subrayar el “por el momento” de las palabras freudianas, dejando abierto un tal vez sí. Tal vez sería necesario también especificar de qué ideas estaba hablando Freud y hacerles la crítica que les corresponde.

De todas formas, y muy en general, no podría garantizarse que si la propiedad privada de los medios de producción —fuente inagotable de la lucha de clases— fuera abolida, no habría más guerras; pero sí podemos afirmar —con una certeza lógica absoluta— que mientras el “derecho” y el Estado continúen sosteniendo el goce de algunos sobre el producto del trabajo de otros, la guerra no tendrá fin. 

Esto escapa al campo del saber del psicoanálisis y a su campo operatorio. No es un déficit de la teoría, es un reconocimiento de sus límites, expresado en primer lugar por Freud y sintetizado en su frase El psicoanálisis no es una Weltanschauung (concepción del universo, ideología), plantea  Freud en Nuevas lecciones de psicoanálisis. Se adhiere más bien a los hechos de su campo de acción, desarrolla en “Psicoanálisis y teoría de la libido”.

¿Pero en qué sí hace borde la especificidad del psicoanálisis con el tema de buscar una solución a la guerra? En su síntesis final de “El por qué de la guerra”, dice Freud: Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen ser los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que comienza a dominar la vida instintiva, y la interiorización de las tendencias agresivas, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien: las actitudes psíquicas que nos han sido impuestas por el proceso de la cultura son negadas por la guerra en la más violenta forma y por eso nos alzamos contra la guerra: simplemente, no la soportamos más […] Y parecería que el rebajamiento estético implícito en la guerra contribuye a nuestra rebelión en grado no menor que sus crueldades. ¿Cuánto deberemos esperar hasta que también los demás se tornen pacifistas? […]. Todo lo que impulse la evolución cultural obra contra la guerra.

Trabajo en la clínica de niños pequeños. Tengo especialmente presente la agresividad primordial señalada por Lacan, que se enseñorea en los niñitos de uno, dos o tres años. A medida que el chiquitito se va “apropiando” de la palabra, es sujetado por ella cada vez con mayor precisión. La concurrencia implica rivalidad y acuerdo a la vez; al mismo tiempo, sin embargo, reconoce al otro con el que se compromete la lucha o el contrato, es decir, en resumen, encuentra al mismo tiempo al otro y al objeto socializado, plantea Lacan en “La familia”. El orden simbólico, al hacerse carne en el infans, reordena la confrontación especular previa, posibilitando el pacto; la palabra y sus leyes, las leyes de la cultura, comienzan a trazar los caminos por donde se desplegará la vida del flamante sujeto a advenir. Nada de esto garantiza todavía que el pequeñito se ubique más adelante como enemigo de la guerra; y, sin embargo para que pueda llegar a serlo alguna vez, es condición que todo esto acontezca.

Concluyo con una frase que me parece que está entre las más poderosas para ejemplificar, metafóricamente, el entrelazamiento necesario y productivo entre Eros y Tanatos; le pertenece al poeta español, Gabriel Celaya, a saber:

La poesía es un arma cargada de futuro 

Agrego que la palabra “poesía” bien podría ser sustituida por la palabra “psicoanálisis”, con la única condición de que la intervención psicoanalítica, en su singularidad, sea poética.

La guerra

Con las heridas abiertas frente a las consecuencias padecidas por la pandemia y bajo los efectos incalculables de ello, se liga, en pavorosa continuidad, la conmoción a la que nos sume una nueva guerra. La invasión de Rusia a Ucrania. 

Evoco en estos momentos la frase del personaje de la película Adrei Rublev, pintor iconoclasta del siglo XV, película dirigida por Andréi Tarkovsky que dice: los hombres han cometido todas las estupideces habidas y por haber y desde entonces no hacen más que repetirlas. 

Desde Caín y Abel, una marca se instaura en la naturaleza de lo humano. Las luchas fratricidas, la lucha contra el prójimo, el odio aniquilador, adquieren sus renovadas versiones de segregación a lo largo de la historia de la humanidad.

Intentando sobreponernos a las secuencias de muertes que la pandemia y ahora la guerra nos presenta, una pregunta retorna en cada uno de nosotros ciudadanos de la polis y del tiempo de la historia que nos toca vivir. Su insistencia al modo de la pregunta dice de lo que no debemos aceptar bajo ningún concepto ni argumento espurio: ¿Por qué la guerra una y otra vez?

¿Qué de lo humano lleva a la aniquilación de otro ser humano?

¿Qué implica el otro para cada uno de nosotros?

¿De qué se nutre el odio, la avaricia, el afán de poder, para reiterar actos aberrantes entre los seres humanos?

También evoco la pregunta que le fue dirigida a Pablo Picasso por un oficial alemán durante la ocupación nazi en Francia frente a la obra que inmortalizó la masacre de Guernica: ¿Usted hizo esto?. Con decidida toma de posición, el gran pintor no eludió el deber ético que su obra testimoniaba al responderles: No lo hice yo. Lo hicieron ustedes, en referencia a la destrucción que el nazismo llevó adelante en Guernica y desde luego no solo allí. 

Se nos plantea la evidencia de que la construcción del horror que la guerra comporta, sea cual fuera su ropaje, piedras, palos, lanzas, misiles, armas nucleares, no reconoce otra fuente que el de la naturaleza humana. Es lo que Freud selló de manera magistral en “El Malestar en la Cultura” al situar  las fuentes del penar en el ser humano. 

En el texto, Freud hace mención a la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre las personas, en la familia, en el estado y en la sociedad.

Si bien el elemento cultural sería el primer intento de regular los vínculos sociales, para ello es decisivo la sustitución del poder del individuo por el de la comunidad

 Poder llevar adelante la vida en común requiere de la renuncia a la satisfacción de la pulsión de dominio que habita al humano.

Basta recorrer la historia de los genocidios que caracterizaron el siglo XX, sin desconocer las múltiples formas de desaparición de personas siglos tras siglos, para reconocer que la renuncia a las pulsiones que habitan a los seres hablantes no encuentra en ellos la disposición suficiente. Los discursos totalitarios surcan el camino para que resurja reiteradamente el odio y la segregación. 

“Civilización o barbarie” es el desafío constante al que nos enfrentamos. Ser escépticos de la condición humana no se equivale a la renuncia que la ética del psicoanálisis nos propone, al intervenir en el campo individual y social, toda vez que el discurso único arrasa con las diferencias. Camino ético por el que decidimos continuar cada vez.