Aires de época: “Lo singular del sexo”

Sección dedicada a las reflexiones en torno a la subjetividad de la época y sus debates actuales, tendiendo puentes hacia nuestros lectores.

 Desde que el psicoanálisis fuera inventado por Freud, como método de alivio del sufrimiento humano, junto al descubrimiento del inconsciente y la sexualidad infantil, muchas han sido las voces detractoras que se alzaron en su contra.

Los aires de época victorianos, de fines del siglo XIX, conjugaron fundamentalmente científicos e intelectuales que rebajaron la eficacia de una terapia que removía no solamente los principios en que se sostenía la moral de las costumbres, sino también aquellos en los que se edificaban los saberes constituidos. No obstante, a partir de los resultados promisorios del psicoanálisis y su expansión, como así también de la efectividad de las curas para hacer la vida vivible -sin padecimientos ni tormentos- y devolverle su sentido para disfrutar de ella, las resistencias a la experiencia analítica siguen siendo, aún hoy, no solo oportunidad de críticas a su método como asimismo a algunos de los fundamentos que continúan, desde entonces, vigentes.

Los aires de nuestra época también traen discursos que responden a la inserción en un universo global donde se proclama el imperio de la imagen y la inmediatez- como vía resolutiva a los conflictos- para estar así “bien adaptados” a las exigencias que el mundo actual demanda. A veces, el “emparchar” la herida o tapar el síntoma resulta altamente atractivo porque apunta a resoluciones mágicas que garantizan un saber que obtura lo que debiera abrir una pregunta.

La angustia, la inhibición y el síntoma, tan frecuentes en la consulta con Freud, hoy coexisten junto a problemáticas de adicciones o fenómenos de violencia, a conductas impulsivas o desórdenes de todo tipo, para nombras algunas de las problemáticas actuales. Instalados en nuestra sociedad actual, conviven con promesas de felicidad y bienestar que ofertan, en la vida postmoderna, los recursos que la tecnología y la ciencia proveen.

No obstante, el paradigma en el que se edificó la teoría psicoanalítica de Freud, continuada luego, con sus avances, por Lacan no cedió – ya que sin ello no hay psicoanálisis posible- en postular que en cualquier afección del padecimiento humano se trata del sujeto, de un sujeto que sufre del cuerpo o del pensamiento, como a Lacan le gustaba decir.

Por ello, es de su abordaje que se trata nuestra práctica y ese es el objeto del psicoanálisis, pues no hay sujeto de lo universal sino de lo particular y su sufrimiento es siempre singular, como el goce que encierra el síntoma.

 

Desde esta perspectiva el sexo, si lo entendemos como esa instancia en la que alguien asume una identidad determinada, conlleva necesariamente dicha singularidad pues no podemos ubicar allí un “para todos los mismo”, porque es necesario concebir que la estructura se conforma con las particularidades de cada caso y es por ello abierta.

En tal sentido, conviene aclarar que hay variables a considerar y también variantes, pero junto a ellas existen invariantes que siempre determinan modos en su conformación y es desde aquí que construimos las teorizaciones.

Muchas son las cuestiones que hoy surgen a partir de las presentaciones que lo sexual asume. Desde las vestimentas de época, me refiero a las que pueden ser leídas y trabajadas en el marco conceptual teórico y clínico del psicoanálisis, como así también aquellas que convocan a constantes desafíos, pues representan posicionamientos subjetivos que plantean nuevos interrogantes para poder interpretar situaciones clínicas diversas.

Hoy, más que nunca, la “moral victoriana” no debe acechar los modos de abordajes ni confundir nuestra escucha, pero también más que nunca, debemos afirmar que no hay psicoanálisis sin la ética en la que se sostiene.

Por ello, hacia allí se dirige, hoy como siempre, a poner a resguardo al sujeto, sin traicionar los fundamentos en los que nuestra práctica se edifica. Esa es nuestra responsabilidad y compromiso.

Lacan advertía a los psicoanalistas que debían estar atentos a no clasificar ni actuar desde su propio ser para analizar.

Es más, decía que cada analista se vería forzado a reinventar el análisis para hacerlo avanzar, en el punto donde el límite de una formalización lo detenía.

Esta es pues, nuestra apuesta permanente para que el psicoanálisis perdure.

Desde el Centro Cultural: “Un sentido poético con que mirar las cosas”

Sección donde un miembro de EFBA causado por el arte, recomienda y brinda una lectura sobre obras de teatro, muestras de artistas plásticos, películas, literatura y poesía que puedan ser relevantes para la comunidad.

Voy a hablarles de la escritora Camila Sosa Villada (nacida Christian), autodenominada travesti, a partir de la lectura entre otras, de su novela “Las Malas” y del ensayo “El viaje inútil”.
Calificaría al libro de extremadamente crudo, no-velado y al mismo tiempo de una calidad literaria sorprendente. La poesía efectivamente puede tener, como ella afirma, una forma muy concreta.
Sosa Villada afirma que su primer acto “oficial” de travestismo fue escribir. Sin embargo, no fue suficiente, necesitó vestirse de la mujer que sentía que era. Se topó entonces con un padre despótico que, con certeza incuestionable, sentenció que su destino obligado sería la del despojo: “Un día van a venir a golpear esa puerta -le dijo su padre- para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja”.
Vender su cuerpo, fue una manera de liberarse fallidamente de un designio paterno funesto que actuó con toda la eficacia con la que sólo pudo actuar la “consciencia de culpa”. Así dirá: “Yo acabo por ser todo lo que mi papá nunca hubiera querido para un hijo”.
“Yo digo que fui convirtiéndome en esta mujer que soy ahora -dice la autora- por pura necesidad. Aquella infancia de violencia, con un padre que con cualquier excusa tiraba lo que tuviera cerca, se sacaba el cinto y castigaba, se enfurecía y golpeaba toda la materia circundante: esposa, hijo, materia, perro. Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en ese mundo”.
La salida parece ser identificarse con lo rechazado por el padre para separarse de él. Ser para él una “trava”, pero con b larga.
¿Es este testimonio una manera de anotar, advertir, la implicación subjetiva frente al otro que, como público, es testigo de esta confesión?
Esta es mi hipótesis: que ella, de eso rechazado, produjo un elogio del amor y una escritura.
Así emprende la tarea de reivindicar a las “travas”, dar testimonio del amor que son capaces de dar, de la hermandad que las protege -de los hombres que se zarpan, de la policía que siempre cobra su precio “en especie”, de lo que sale a la luz y no hay modo de ocultar pero que el amor puede velar.
“El lenguaje es mío. -escribe- Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto es mío. Me lo heredó mi madre, y lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sea necesarias (…)”.
Pero más que romper el lenguaje, Villada hace poesía. Tal vez el amor de su madre por la lectura, las cartas que los padres se escribían para decirse lo que no podían hablar, dejó sus marcas.
En su libro “El viaje inútil” dirá: “Hacer la escritura es un goce mucho mayor que hacer el amor”.
La travesti no pasa desapercibida. La travesti brilla, incomoda, traba. La escritora es invisible, pero tiene voz. Se solapa entre las letras que desangran un testimonio crudo y poético a la vez. Habita una paradoja imposible que abre al enigma de una sexualidad ante la que nadie tiene respuesta.
“Lo primero que escribo en mi vida es mi nombre de varón. (…) Estoy sentada en la falda de mi papá, tengo una caja de lápices de colores, (…) y mi papá toma mi puño y me enseña a usar el lápiz. (…) Esta comunicación nuestra es lo que viene a confirmar, luego de tanta separación y distancia, que algo nos unió en ese momento y nos hizo felices a ambos: (…) Enseñarme a escribir es el gesto de amor que mi papá tiene para mí”.
“Comunicación” reencontrada con una versión del padre que le permite separarse del rasgo terrible, a partir de hacer de él escritura. El padre le enseña a escribir, y con eso, Villada, puede hacer otra cosa con el desamor.
“La gente que me lee, -escribe- a menudo me agradecen que convierta hechos aparentemente terribles de mi vida en literatura. Pero yo no creo que los hechos puedan convertirse en literatura. Se escriben, son hechos escritos. Pero son hechos. Quedan ahí siempre disponibles para nuestros afanes de exorcismos, nuestras fiebres catárticas, pero no. Nada de eso. Escribir no salva del hecho.”
“Por lo demás, la literatura no ha escrito ninguna solución a los daños de mi vida. Sólo imprimió una virtud en mí, un sentido poético con que mirar las cosas.”
No es poco, ¿no les parece?

Reportaje: Lo singular del sexo

En esta sección, desde algunas preguntas, un miembro de EFBA, abre algunas líneas de pensamiento, tomando como eje su investigación actual, hacia el intercambio con nuestro público.

  1. ¿A partir de qué se define lo sexual y el lazo que implica?

La sexualidad humana no se rige por la naturaleza ni por el instinto, sino que está moldeada por el lenguaje y la cultura en la que vivimos. Para comprender lo sexual, es crucial distinguir entre sexo, género y sexuación. El sexo se refiere a las diferencias biológicas, como los cromosomas, la anatomía y las hormonas. Nacemos con un sexo determinado, y cada sociedad interpreta esas diferencias biológicas para crear lo que conocemos como género, que es un conjunto de roles y expectativas asociados, por ejemplo, a ser hombre o mujer. Así es como surgen las identidades de género, que varían según la cultura y la época.

El psicoanálisis sostiene que la sexualidad humana no es instintiva como en el resto de los animales. Ser hombre o mujer, así como la orientación sexual, depende de cómo se forman nuestras identificaciones durante la infancia y adolescencia, por eso decimos que son construcciones que no están determinadas por la biología.

La identidad de género, es decir, cómo alguien llega a decir «Yo soy así», está profundamente influenciada por cómo fue nombrado, mirado y deseado en su entorno familiar y social. Es el resultado de cómo las personas significativas en su vida lo reconocieron y le asignaron un lugar.

Para el psicoanálisis, esto cuestiona la idea de la autopercepción, ya que es a través de los otros que se forma inicialmente nuestra identidad. Actualmente, hablamos de diversidades sexuales que incluyen una amplia gama de identidades y expresiones más allá de las categorías tradicionales, lo que demuestra que la heteronormatividad y el binarismo de género no son realidades universales, sino construcciones sociales, ya que los terceros géneros hay existido en muchas sociedades.

Lacan sugiere que la diferencia sexual no se define únicamente por la biología o el género. En cambio, depende de la sexuación, que se relaciona con cómo cada sujeto se posiciona, más allá de lo biológico y de la identidad que sostenga; implica la subjetivación del sexo, trascendiendo lo transmitido, y las orientaciones sexuales, que pueden variar a lo largo de la vida. No define una identidad sexual, sino que se trata de un modo de gozar. Diría que no se trata de algo que se es sino de un modo de estar en una posición.

  1. ¿En tu práctica de los últimos años encontraste efectos en las presentaciones que llegan actualmente a tu clínica, ligados a los cambios introducidos por nuevas leyes? ¿Considerás que es algo que un psicoanalista debe estar disponible a incluir en su escucha?

Los cambios culturales y legales de los últimos años han impactado significativamente en cómo se presentan las consultas en nuestra clínica. El concepto de «familia nuclear» —una pareja heterosexual monogámica con hijos biológicos— que fue considerado el modelo de normalidad durante siglos, ya no es el único ni el principal en nuestra sociedad. Las nuevas leyes que reconocen el matrimonio y la parentalidad en familias homoparentales, monoparentales y pluriparentales han dado legitimidad a situaciones que ya existían y han promovido otros modelos de familia.

Además, los avances científicos han revolucionado las formas de concebir y gestar. La reproducción ya no depende exclusivamente del acto sexual; con los dos cromosomas sexuales necesarios, es posible crear vida. Las mujeres (XX), por ejemplo, ahora pueden congelar sus óvulos para preservar su fertilidad y elegir cuándo ser madres, y los hombres (XY) pueden procrear a partir de la subrogación de vientre, lo que ha llevado a la creación de nuevas leyes sobre filiación.

Por otro lado, la Ley de Identidad de Género permite que desde la infancia se pueda cambiar el género asignado y elegir un nuevo nombre. Los cromosomas sexuales no se pueden cambiar, pero la anatomía puede modificarse parcialmente. Los desarrollos en medicina, como las cirugías y tratamientos hormonales para la modificación de caracteres sexuales secundarios, junto con los avances en la fertilización asistida, la ley de matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la propuesta de la “crianza respetuosa”, las modificaciones en nuestra lengua con la propuesta del lenguaje inclusivo y la implementación de la E.S.I, produjeron nuevos escenarios que se reflejan en nuestra clínica.

En este contexto, el psicoanálisis debe estar atento a los cambios en la subjetividad de nuestra época. Los significantes de nuestro tiempo se manifiestan en nuevos síntomas, padecimientos e identidades.

Los seres hablantes le damos existencia a las cosas, creamos realidades, y luego somos efectos de esas realidades. Los discursos sobre el género crean categorías y normas que posteriormente regulan las identidades de género. Por ejemplo, cuando hablamos de trans en la infancia, no solo reconocemos su existencia, sino que también ayudamos a crearla. El binarismo de género y la cultura heterosexual están siendo cuestionados por distintos movimientos, lo que se refleja en adolescentes que no desean ser encasillados en categorías tradicionales y buscan nuevas formas de nombrarse.

El movimiento lacaniano debe acompañar las transformaciones culturares, tomando en cuenta que cada síntoma o padecimiento es singular.  Nuestra tarea como analistas es la de escuchar y abordar cada caso, sin prejuicios y considerando la subjetividad. Es por eso que nuestra escucha, lejos de proponer una norma para todos, apunta a pesquisar el deseo en juego en cada analizante, propiciando su despliegue.

 

Mariela Weskamp

@marielaweskamp

marielaweskamp.com