La pandemia deja sus marcas en la subjetividad. El aislamiento social preventivo y obligatorio nos enfrentó por primera vez a una situación de encierro colectivo. Atravesada esta situación, nos encontramos con procesos de duelo y de reubicación temporal y espacial
Los vínculos presenciales suspendidos se retomaron y se agudizaron algunas situaciones que habían quedado en suspenso, y se sumaron otras que se irán procesando.
Si nos preguntáramos como sociedad ¿cómo incidió en los adolescentes la reclusión obligatoria? Debo decir que es un proceso que ha dejado su impronta y que en el futuro vamos a apreciar con más claridad sus consecuencias.
Sabemos que la adolescencia es un tiempo de la vida en el que se produce el entrecruzamiento de caminos que propicia el despegue hacia la vida adulta. Es un tiempo de transiciones, una de ellas es el pasaje de la endogamia a la exogamia, el pasaje del lazo familiar al lazo social.
La encrucijada en la que la pandemia nos sumergió tuvo muchos efectos propios a los que se sumaron los típicos del devenir adolescente que para algunos jóvenes se agudizaron, mientras que para otros, el encierro en la escena familiar bajo la atenta mirada de los padres encontró refugio en las redes virtuales. Así se generaron encuentros en horarios a contra turno, diría, de la vigilia de los adultos. Esto generó trastornos cómo el insomnio, a la hora de tener que ajustarse a los horarios escolares.
El alivio que trajeron las vacunas contra el COVID permitió que poco a poco se reiniciara la vuelta a la escolaridad en modo presencial, dejando atrás casi dos años de “padecimientos” a través de los encuentros escolares virtuales, que produjo muchos inconvenientes en algunos y desencuentros en otros por no poder sostener una educación a distancia.
Así se abrió una brecha entre quienes pudieron acceder a una continuidad educativa porque su comunidad escolar se adaptó rápidamente a la virtualidad y los que no lo hicieron porque no todos los colegios se adecuaron prontamente a la situación o porque algunos alumnos no disponían de recursos adecuados para conectarse con sus docentes y compañeros por internet.
Tiempos difíciles. Sin embargo, también tenemos que remarcar que el tiempo de reclusión en la casa puso en juego la posibilidad de desplegar los lazos familiares, pero si bien para algunos la reunión fue propiciatoria porque nunca habían vivido esa experiencia tan intensa, para otros los desencuentros llevaron a situaciones muy críticas. Cuando los espacios son reducidos y se instala el home office en los padres y la escolaridad virtual en los hijos, en algunas escenas familiares se produjeron estallidos inesperados. Para otros, la incertidumbre laboral puso en jaque la economía y el sustento de la familia.
La pandemia con su riesgo de transmisión del virus, en principio, produjo el aislamiento de niños y jóvenes de los adultos mayores, para proteger a los abuelos y abuelas de posibles contagios, con las consabidas consecuencias afectivas para ambos.
Si preguntamos a los adolescentes qué les dejo la pandemia, surge la idea de lo difícil que fue el aislarse de sus amigos, pero es cierto que algunos lograron poner en juego la creatividad al generar espacios virtuales de encuentro social, en horarios en que el descanso nocturno permitía salir del radar de la mirada vigilante de los adultos. La noche fue testigo de juegos y charlas virtuales entre amigos y compañeros para soportar el encierro en lo familiar y la espera de la vuelta a la presencia en la escuela.
Me parece muy importante remarcar el lugar que la escuela tiene en la vida de los niños y adolescentes, ellos dicen que perdieron todos: los que pasaban del ciclo de jardín a primaria, los que terminaban séptimo grado, los que iniciaron la secundaria a través de la pantalla de la computadora, los que terminaron quinto año y no pudieron terminar el ciclo adecuadamente. Recordemos que la escuela ayuda a construir el lazo con los otros.
La vuelta a la escuela, a los trabajos, a la vida social en general, implicó para algunos un proceso de readaptación a los ritmos escolares. Una joven decía que le molestaba el permanente runrún que producen sus compañeros, otros se quejan de que no pueden dormir a tiempo. No solo el insomnio surge como síntoma, también las crisis de angustia y ansiedad, el aburrimiento, el temor a salir a la calle, la dificultad para concentrarse y estudiar, para integrar los nuevos grupos escolares, aquellos que hicieron el inicio del ciclo escolar durante la pandemia. Y también están quienes vieron partir en soledad a alguno de sus seres queridos y procesan el dolor y la tristeza de no haber acompañado a sus familiares en ese duro tránsito hacia la muerte. Faltaron los ritos que en nuestra cultura, a nivel social, convalidan que aquel que ve partir a un ser amado está en proceso de duelo.
La pandemia nos encerró a todos, grandes y chicos, ricos y pobres, nos encontramos asustados ante el peligro del contagio de un virus que puso al mundo de rodillas clamando por el descubrimiento pronto de una vacuna protectora. Y cuando parecía que volvíamos a recuperar la ilusión de un tiempo de disfrute del encuentro con otros, la preocupación por la guerra, ese monstruo grande que pisa fuerte, como dice la canción de León Gieco, vuelve a poner en escena la destrucción, el odio, la muerte que acecha y amenaza con la aniquilación de la humanidad.
Escuchamos a quienes se encuentran padeciendo momentos de incertidumbre, de soledad, de depresión, atosigados por la angustia, o detenidos por la inhibición o paralizados por el pánico, que reclaman nuestra atención y presencia para que las palabras puedan ayudar a nombrar y procesar lo real de nuestro tiempo. Para ir tejiendo la posibilidad de rearmar el entramado del crecimiento con otros, lazo social ineludible a la hora de imaginar un futuro mejor.
Y en este proceso los psicoanalistas tenemos una cita ética ineludible. Para mí, estas breves notas intentan dibujar algunas líneas para seguir procesando lo que de la vida y la muerte no deja de insistir y nos sigue interrogando.
Obra: Sostén de Silvina Viaggio