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El lenguaje y la diversidad sexual

 Me llevó mucho tiempo, y el paso por dos países que no era el mío, para darme cuenta de que para ser uno mismo es siempre mejor estar con otros, sobre todo si el otro pertenece a una especie distinto, es decir, si es totalmente no uno.

Silvia Molloy “Animalia”

Lenguaje y diversidad

Es muy atinada la idea de hacer corresponder las vicisitudes de la diversidad sexual respecto de las imposiciones del lenguaje. Solo por los inevitables efectos de la palabra es que para el ser humano puede haber diversidades sexuales. En los animales no hay esa diversidad, solo hay diversidad de especies. La cita de Silvia Molloy hace referencia también a ellos como otro extremo de “lo otro”.

Si hay diversidad, o bien se la pretende, esto nos lleva a un tema que también interesa destacar que es el de la decisión, en este caso respecto de una posición sexuada. Si el ser humano está llevado y obligado a decidir respecto de las posiciones sexuales es porque hacerlo implica un acto, o actos, sobre algo a asumir. No se nace hombre o mujer, se nace macho o hembra. El ser, uno u otro, u otros, es algo que se impone y se puede o no asumir. Esas posiciones dependen de pautas, de valores sociales, de épocas y costumbres, de sistemas legales éticos y religiosos que enmarcan una decisión posible, pero no la garantizan. Otra vez la incidencia de la palabra. Esto atañe a lo relativo al ser, ser una cosa u otra, porque cuando hablamos de goces posibles las referencias se complican porque su búsqueda y lo que se logra alcanzar no dependen de la modalidad de ser que se impuso y/o se eligió.

Es precisamente la diversidad la que advierte que la sexualidad humana no es solo un acontecer del cuerpo, aunque no es sin él, porque la sola palabra tampoco alcanza a satisfacerlo cabalmente, aunque muchas veces lo pretenda y simule lograrla.

Paradójicamente el goce no es solo una cuestión del cuerpo, es una cuestión del sistema nervioso que también es del cuerpo y tiene otros efectos sobre él.

La lucha por los derechos de las mujeres primero y luego el reconocimiento de las diversidades sexuales y también de sus derechos, puso otra vez de manifiesto aquello que Freud destacó:  la compleja problemática de la sexualidad del ser humano, su carácter dramático, y muchas veces traumático, germen de las problemáticas psicológicas que advertimos. Hay siempre un goce que nos demanda, muchas veces sin consultarnos y, para colmo, es imposible de satisfacerlo plenamente. De ahí que su búsqueda no deje de reiterarse.

¿Elegir?

El lenguaje nos marca. Nos obliga a ser, a advenir. Ningún animal se pregunta, como Hamlet, “¿ser o no ser?”.  Los humanos si, aunque tal vez la pregunta más precisa sea “¿soy alguien o que…?. Ese “que” es el que abre a las diversidades de elección que hasta hace poco se reducía a ser hombre o ser mujer. Se reducía y tal vez se velaban otras elecciones posibles, aunque no dichas, ocultas. A veces sufrientes y otras no.

Esto nos lleva a una cuestión compleja que es el elegir. Elección que implica una decisión, un acto en el que alguien se asume “siendo”, incluso con la posibilidad, manifiesta u oculta, de que pueden sucederles otra u otras elecciones.

Pero las alternativas para una elección dependen nuevamente del lenguaje que permite perfilar alternativas como “modos de ser” o de advenir. El devenir de los movimientos feministas enfatizó y valoraron el lugar y los derechos reivindicatorios de la mujer, pero esto requirió formalizar que se entiendo por ser mujer y la diferencia con los varones. A esto se le suma y se incluye, con razón, la reivindicación de derechos como ser humano con independencia del sexo. Pero con requerimiento de igualdad. Una lucha que ha tenido, y sigue teniendo, distintos momentos no ajenos a otras luchas de reivindicaciones sociales, que entreveró esas luchas con plasmar aquello que singulariza lo femenino.

Esta última enfatizó en afirmar aquello que es necesario decir acerca de ellas: ni idénticas, ni por, ni contra, ni inferiores, ni superiores, ni siquiera esencialmente iguales; más bien Otras y, ante todo, Otras para ellas mismas, pero para lo que es necesario que sean iguales en derecho. “No somos… —dirá la protagonista de una novela—…tenemos coraje”.

La causa de las mujeres, digna, necesaria y esencial, pierde su valor cuando pasa solo por una reducción de la feminidad a su sola oposición a la virilidad, o bien cuando se indiscrimina como en el lenguaje inclusivo: homologa, pero oculta. Su enorme importancia fue el destacar que el odio a las mujeres es efecto de que ellas encarnan la “diferencia absoluta”, aquella por la cual un cuerpo hablante se vivencia diferente de él mismo. Es esto lo que aquél que odia no puede admitir y que se precipita en esa pasión que implica el rechazo de una alteridad que también lo habita. Un otro diferente pero igualmente humano.

 Nuevas pautas para una elección

 El movimiento o teoría queer, surgido en las postrimerías de los años 90, produjo un giro a la siempre compleja especificidad de las posiciones sexuadas. Su crítica central apuntó a refutar esa suerte de “naturalismo” que, señalaron, imperó históricamente en las determinaciones de género y orientaciones sexuadas. Cosificó posiciones confundiéndolas con el ser. Básicamente, resisten a lo que consideran normas impuestas desde una hegemonía heterosexual vigente que excluye a la cultura gay, la del transexualismo, la del transgénero. Su criterio, y su énfasis, es el resguardo y el respeto que merecen las personas por ser tales, independientemente del género y de su orientación sexuada. Desde una lógica de la pluralidad ese resguardo es una autodeterminación de posiciones sexuadas que apunta a quebrar etiquetas ya establecidas y prescriptivas.

 El valor se puso en la búsqueda en alcanzar lo que anhela el deseo y amor con independencia de los caracteres del cuerpo biológico y de la clásica posición sexuada, varón o mujer. La promesa de ese anhelo es el de un goce buscado. Y esto concuerda con el hecho de que el goce posible de alcanzar es independente de la diferencia sexuada. Esa diferencia solo indica como el varón o la mujer se despiertan al deseo, o seducen, o admiten ser seducidos y así es como se accede al goce. Pero el que se logra alcanzar no los diferencia en sus identidades.

 Otra vez la palabra en la conjunción y diferencia con el cuerpo erógeno. Lo llamativo es que se busca en la modalidad de goce un sostén identitario, de allí la enorme cantidad de modos y nombres que se despliegan al infinito como identidades. Ahora bien, ¿el goce “fija” una identidad? No parece, el goce es autoerótico, el deseo mutila el cuerpo y nos mutila, tal vez solo el amor y la amistad tengan la chance de advertir el qué somos desde otro, pero no sin el deseo y el goce que lo que complejiza tanto como el cuerpo macho o hembra que reclaman lo suyo.  

 Como todo cambio social solo el despliegue por devenir dará cuenta de la pertinencia, alcance y consecuencias de los cambios buscados. Ahora solo nos cabe indagar el sentido, la solución o el proyecto buscado en esos cambios.

*La obra que acompaña el texto se llama Las ideas nos llegan prefabricadas, de Fernanda Staude, técnica: grabado.

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