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La sexualidad trans/ versada

El lenguaje implica para los analistas el paño con el que trabajamos, como lo es también para otras disciplinas. 

La palabra implicada en al acto de decir tiene una función y un lugar. Tiene una función en el campo del lenguaje, del lenguaje de los humanos y también un lugar en la lengua, en las lenguas que se habitan.

El lenguaje es esa estructura que nos tiene, nos parasita, nos sujeta según sus coerciones, es el que da forma y materia al Inconsciente.

Es con Freud que se descubre la sujeción al lenguaje y como gusto decir, el que nos somete por ello a tener una libertad condicionada de acuerdo a cómo ese lenguaje se ha hecho pasar.

El lenguaje promueve tanto el equívoco como la polisemia. Y esto es así por cuanto el lenguaje es insuficiente para cubrir el campo del decir, ya que, al decir, al hacer uso del lenguaje lo transformamos.

La producción inconsciente subvierte lo dado, lo acordado, lo esperado. Y esa subversión entendida como una escapatoria a lo normativo, engendra nuevas significaciones, nuevos sentidos, nuevos objetos.

La lengua, en cambio, es la casa que habita el parlante ser, el parlȇtre, y ha sido donada en principio por su madre, la lengua materna, aquella que hablan los niños antes de aprender la gramática.

La lengua entonces en principio es el sitio en el que se imprimen los primeros balbuceos, los primeros sonidos familiares, los ritmos, el despertar de los júbilos que regala el arte de hablar.

La lengua es el oficio de lo lúdico, como el lenguaje es al orden y la coherencia.

Si el hablar equivoca el lenguaje, porque el lenguaje es una normativa siempre desbordada por ese hablar, la lengua, afirmaba Lacan, es la integral de los equívocos permitidos por lo que se ha impreso en su historia

La lengua entonces, así concebida, escrito de corrido, lalengua, para cada hablante, es también en la comunidad, el territorio de lo más propio, de lo más familiar, de lo que se tiene en común, es lo que comparte con la familia, los vecinos, los grupos, la ciudad, el país. Es habitando la lengua que habitamos nuestro país, y es por ella que reconocemos, no solo la procedencia de quien habla, sino el grado de consecuencia que implica para cada cual el resguardo de una lengua que podría llamarse, reconocerse como propia.

Pero la lengua es impropia, se nos escurre, y hace de nosotros seres vulnerables, afectados por un decir que cambia permanentemente, ese decir está afectado por dos imponderables “Sexualidad y muerte”

Qué quiere decir esto, que lo que construye el carácter más íntimo de nuestro ser no entra en la palabra, y no solo eso, nos conduce a tener afecciones diversas, modos de intentar comprender lo inaprensible.

Pero los nombres no alcanzan, porque la lengua corrompe la homogeneidad pretendida entre sexualidad, muerte y palabra, ambas la desbordan, y nos vemos conducidos a derroteros a veces inesperados.

 No hay relaciones entre los sexos que estén preestablecidas.

Sin excepción, los seres hablantes tienen que inventar su relación sexual.

Es esto lo que los distingue de los animales, para quienes la relación sexual está programada, es siempre típica de una especie.

Es para los seres hablantes, como si allí hubiera un agujero en el programa

 La sexualidad es diversa, porque nunca puede vivirse igual, aun en el mismo sujeto, porque sujeto este a identificaciones varias, al ser interrogadas o analizadas estas pueden variar, como pasa en la adolescencia, que la irrupción sexual modifica la forma del habla, y muchas veces surge la poética como modo nuevo de hacer con el molde viejo de la lengua.

No alcanza con lo aprendido, entonces se inventan palabras, nacen poetas y músicos, inventores.

Como dice Jean Luc Nancy “Habrá que introducirse en la materia, ahogarse en ella, y comprenderla en su interior, los verdaderos pensamientos nacen al tocarlos”.

 En el psicoanálisis subvertimos lo corriente de la lengua, y en esa subversión, la abrimos, nos dejamos habitar por esos agujeros negros que nos hacen muchas veces no saber ni que decimos ni que hacemos.

Se cuela esa materia indecible, insípida e incolora, hasta que el decir singular le va poniendo coloratura, forma y volumen.

Agujeros que denuncian al ser sexuado, habitado por lo que pulsa a través de ellos, lo que punza, por lo que es pulsado.

Pulsionante y pulsionada, la sexualidad, se va colando en la lengua y nos denuncia su estofa.

 Pasamos de lo Uni-verso, el verso aprendido, a lo di-verso, los múltiples versos con los que vamos conformando nuestro modo de ser sexuados, de hacer con lo imposible.

 Es en los últimos años que vemos aparecer una cantidad de nombres donde hacer entrar una definición de la orientación sexual, que por supuesto sigue en aumento por no lograr cernir lo diverso de su campo regido por un goce que la palabra no logra abrazar

Pero es porque la historia se inscribe en los cuerpos, al decir de Foucault que nos preguntamos sobre la relación que las palabras determinan en las cosas y las costumbres sociales.

J. Butler se pregunta en “El género en disputa” qué ilusión sostienen la transparencia y la claridad del lenguaje, y dice que la identidad de género no es un punto de partida, sino el producto de un proceso de construcción social

Para decirlo sencillamente se construyen formas de ser mujer y varón, y se ha creído que esas identidades estaban garantizadas por la Biología.

Pero si el lenguaje construye la materialidad de los cuerpos, esto estaría puesto en cuestión.

El psicoanálisis ha llevado la delantera, en descubrir que no hay un efecto de coherencia entre un sexo, natural y genital, un género femenino y masculino, y un deseo heterosexual. Esa Tríada estalla.

 Las vidas no responden al mandato binario ni heteronormativo, pero si a una forma discursiva, que los posiciona singularmente frente a la invariancia falo, castración de una manera que se acerca más a lo trans-versal, versando en un tránsito que no es posible encasillar.

La extensa lista de nombres aportadas por el movimiento LGTB dan cuenta de la insuficiencia en la búsqueda del concepto de identidad, que viene de ídem, lo mismo por ello no admite la diferencia. En la medida que la identidad supone una repetición de lo mismo, supone una relación con lo que en la historia de la filosofía se ha llamado la esencia.

Y la sexualidad humana más que esencia es una consecuencia de un entramado histórico, familiar y social que conlleva a un origen siempre incierto y un destino poco claro.

Para el paradigma de la identidad, la inaceptabilidad de su contingencia, esto es, de su reinvención permanente es una manera más de justificar que la identidad supone algo definitivo, pero ¿qué sos?… esto o aquello, descansando en una dicotomía esclavizante.

El paradigma de la identidad supone afirmarse en lo que sos, negando la diferencia que se sostiene en el abanico de goces que nos propicia la apertura del nombre del padre a los nombres del padre

Es por esto que hay que hacer una diferencia entre, diversidad y diferencia.

Lo diverso no implica de suyo que haya diferencia.

La diferencia es una cuestión de discurso, una posición lógica incluida en cualquier diversidad.

Puede haber diferencia en una pareja homosexual y haber relación homogénea en una relación hetero.

Es por esto que la autopercepción es también un sintagma a revisar.

No necesariamente la autopercepción denuncia la verdad, ya que esta se dice a medias y se aleja de lo definitivo siempre.

La percepción está siempre atravesada por el Otro y construida por otros, es en esa alteridad que decanta.

El concepto de diversidad sexual implica considerar la existencia de variadas orientaciones sexuales, llamadas identidades de género, como heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, transgeneridad, e intersexualidad, un intento de romper con la heterosexualidad como modelo hegemónico, superior y normal.

La diferencia sexual, la pensamos en el contexto de lo que se llama sexuación u opciones de identificación sexual.

Diferencia apunta a la categoría lógica de imposible en tanto no hay complementariedad en esa diferencia.

Lo cierto es que es de un inmenso avance para la cultura y en particular para nuestro país la legitimación del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, pero ninguna de estas leyes podrá lograr la incomodidad estructural que la inadecuación de lo sexual propone al hablanteser, siempre errático en una lengua que pierde el nombre de las cosas a cada rato.

El psicoanálisis, como práctica en nuestra cultura, puede propiciar hallar un alojamiento a esa incomodidad estructural menos culpabilizante donde la elección sexual se soporte en la causa que la origina y el deseo que la motoriza, y no en ideales familiares o culturales que extorsionan la libertad buscada.


Bibliografía

  •       Butler, J. (1990). El género en disputa, Editorial Paidós.
  •       Lacan, J. (1975).  El seminario XX, Editorial Paidós.
  •       Pedrotti, G. (2020). La escritura de lo íntimo, Buenos Aires, Editorial “La docta ignorancia”
  •       Senar, R y Factorovich, P. (2021). ¿Qué discuten el psicoanálisis y los feminismos?, Editorial Letra Viva.
  •       Tenenbaum, E. (2018). Trabajos publicados en “Lo indecible sustraído a la nada, de poesía y de psicoanálisis”, compilación bilingüe Ítalo Argentina.

*La obra que acompaña el texto se llama El origen, de Elizabeth Vita, técnica: bordado a mano.

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