Desde el Centro Cultural: “Un sentido poético con que mirar las cosas”

Sección donde un miembro de EFBA causado por el arte, recomienda y brinda una lectura sobre obras de teatro, muestras de artistas plásticos, películas, literatura y poesía que puedan ser relevantes para la comunidad.

Voy a hablarles de la escritora Camila Sosa Villada (nacida Christian), autodenominada travesti, a partir de la lectura entre otras, de su novela “Las Malas” y del ensayo “El viaje inútil”.
Calificaría al libro de extremadamente crudo, no-velado y al mismo tiempo de una calidad literaria sorprendente. La poesía efectivamente puede tener, como ella afirma, una forma muy concreta.
Sosa Villada afirma que su primer acto “oficial” de travestismo fue escribir. Sin embargo, no fue suficiente, necesitó vestirse de la mujer que sentía que era. Se topó entonces con un padre despótico que, con certeza incuestionable, sentenció que su destino obligado sería la del despojo: “Un día van a venir a golpear esa puerta -le dijo su padre- para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja”.
Vender su cuerpo, fue una manera de liberarse fallidamente de un designio paterno funesto que actuó con toda la eficacia con la que sólo pudo actuar la “consciencia de culpa”. Así dirá: “Yo acabo por ser todo lo que mi papá nunca hubiera querido para un hijo”.
“Yo digo que fui convirtiéndome en esta mujer que soy ahora -dice la autora- por pura necesidad. Aquella infancia de violencia, con un padre que con cualquier excusa tiraba lo que tuviera cerca, se sacaba el cinto y castigaba, se enfurecía y golpeaba toda la materia circundante: esposa, hijo, materia, perro. Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en ese mundo”.
La salida parece ser identificarse con lo rechazado por el padre para separarse de él. Ser para él una “trava”, pero con b larga.
¿Es este testimonio una manera de anotar, advertir, la implicación subjetiva frente al otro que, como público, es testigo de esta confesión?
Esta es mi hipótesis: que ella, de eso rechazado, produjo un elogio del amor y una escritura.
Así emprende la tarea de reivindicar a las “travas”, dar testimonio del amor que son capaces de dar, de la hermandad que las protege -de los hombres que se zarpan, de la policía que siempre cobra su precio “en especie”, de lo que sale a la luz y no hay modo de ocultar pero que el amor puede velar.
“El lenguaje es mío. -escribe- Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto es mío. Me lo heredó mi madre, y lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sea necesarias (…)”.
Pero más que romper el lenguaje, Villada hace poesía. Tal vez el amor de su madre por la lectura, las cartas que los padres se escribían para decirse lo que no podían hablar, dejó sus marcas.
En su libro “El viaje inútil” dirá: “Hacer la escritura es un goce mucho mayor que hacer el amor”.
La travesti no pasa desapercibida. La travesti brilla, incomoda, traba. La escritora es invisible, pero tiene voz. Se solapa entre las letras que desangran un testimonio crudo y poético a la vez. Habita una paradoja imposible que abre al enigma de una sexualidad ante la que nadie tiene respuesta.
“Lo primero que escribo en mi vida es mi nombre de varón. (…) Estoy sentada en la falda de mi papá, tengo una caja de lápices de colores, (…) y mi papá toma mi puño y me enseña a usar el lápiz. (…) Esta comunicación nuestra es lo que viene a confirmar, luego de tanta separación y distancia, que algo nos unió en ese momento y nos hizo felices a ambos: (…) Enseñarme a escribir es el gesto de amor que mi papá tiene para mí”.
“Comunicación” reencontrada con una versión del padre que le permite separarse del rasgo terrible, a partir de hacer de él escritura. El padre le enseña a escribir, y con eso, Villada, puede hacer otra cosa con el desamor.
“La gente que me lee, -escribe- a menudo me agradecen que convierta hechos aparentemente terribles de mi vida en literatura. Pero yo no creo que los hechos puedan convertirse en literatura. Se escriben, son hechos escritos. Pero son hechos. Quedan ahí siempre disponibles para nuestros afanes de exorcismos, nuestras fiebres catárticas, pero no. Nada de eso. Escribir no salva del hecho.”
“Por lo demás, la literatura no ha escrito ninguna solución a los daños de mi vida. Sólo imprimió una virtud en mí, un sentido poético con que mirar las cosas.”
No es poco, ¿no les parece?