Editorial
Lo advirtamos o no, la IA se ha colado en casi todos los órdenes de nuestra vida cotidiana. A diario le realizamos consultas donde interviene: médicas, turísticas, comerciales, financieras, climáticas, intelectuales, profesionales, etc. Estas se realizan en buscadores como Google, así como en otros especializados para tal fin.
Al mismo tiempo, nuestra intervención en la red deja un rastro que es captado por los motores de la IA para generar nuevos datos, efecto de cómo analizan y cuadriculan nuestras consultas para retroalimentar el sistema. De este modo, pueden anticipar, controlar y dirigir prácticamente todos nuestros movimientos.
Cada ocasión en que nos detenemos, aceptamos o damos nuestra opinión sobre un contenido propuesto por los algoritmos, estamos entrenándolos, de modo que se produce la paradoja: “entrenamos lo que nos entrena”.
Es Freud quién hacia finales del 1800, recogiendo el decir de pacientes mujeres cuyas dolencias y síntomas no entraban en el cómputo de las ciencias médicas de la época, inventa el psicoanálisis. Es decir, estos síntomas a los que llamó histéricos, expresaban en el albor de la nueva disciplina, lo singular del sujeto, incomputable y no generalizable. Freud alojó ese pathos y produjo una nueva relación del saber con el sexo al abrigo de la verdad singular.
Por su parte Lacan, hacia finales del 1900, anticipó que si nuestra relación con los gadgets (los distintos inventos tecnológicos que produce la ciencia) es de hacernos animar por estos, entonces los dispositivos pueden terminar por imponerse al sujeto.
Sobre estas complejas relaciones de la subjetividad con la IA, en este número escriben los psicoanalistas Eva Lerner, Carlos Paola y Juan Cruz Di Nino.
Cartel de Prensa, Difusión y Redes
Florencia Amaral
Santiago Deus
Carolina Diez
Verónica Guastella
María Elena Noya
Leticia Spezzafune